AMARRE

TRASMALLO SEMANAL

Cuatro niños se acercan a la mesa de Ji.

La vida del verano, como la de los mamíferos, se extingue desde su nacimiento, y cada uno de sus días se podría contar como uno menos y no como uno más en el desarrollo de sus ciclos. Eso piensa Ji Sánchez —de treinta y cuatro años, nacida en Seúl pero educada en Ciudad de México— durante uno de sus recorridos cotidianos. Ji piensa, razona y cavila en español, lo considera su idioma materno, su lengua principal, así hable y escriba perfecto el coreano.

Hace dos años, Ji se mudó a Berlín; cuatro años atrás había conocido la ciudad en un viaje laboral y se había acoplado a las dinámicas berlinesas rápida e inesperadamente. Ji, como muchas otras residentes, se inscribió a una escuela de alemán al llegar; sin embargo, tras el primer mes, abandonó la formación —como muchas otras residentes berlinesas—: el uso del idioma era escaso y limitado. Prefirió el inglés —idioma ya estudiado— para la comunicación diaria. El último año, Ji se ha arrepentido tres veces de su renuncia y tres veces ha vuelto a intentarlo; trata la lengua como un vicio. 

Ji reside formalmente en la ciudad, y aprovecha, como cualquier habitante, las últimas tardes de verano. Por fortuna hay sol y se pronostica una buena temperatura la próxima semana. Sólo eso sabe Ji Sánchez: una semana más. La mujer afronta, con esa misma incertidumbre, su vida: admite serena y sin reparos el mañana. Es esa su filosofía. No obstante, las últimas tardes, una nueva angustia ha atacado su espíritu: la próxima semana —la última del verano— debe presentar un nuevo juego a la junta creativa de su empresa. Ji poco o nada ha avanzado. 

El clima y la creación de juegos, para Ji, son una misma cuestión pues sólo con la luz propicia puede imaginar: sólo con el sol las ideas surgen en su cabeza. Desafortunadamente, la luz del día en Berlín se ha ido abreviando, reduciendo así sus horas de trabajo; los días violentamente se han ido fundiendo con las noches, y pronto desaparecerán: sólo noche habrá. Un mes atrás, la tarde parecía no acabar y sólo el tiempo —el reloj, los números, el cansancio— informaba el horario a su cuerpo; sólo de esa manera sabía cuánto faltaba para la cena o el momento justo y necesario del sueño. 

Habitualmente, tras terminar su jornada laboral, Ji se sentaba en la mesa de una tienda próxima a su residencia, y en ella, tomaba cerveza, fumaba, conversaba y observaba a los transeúntes. Sus tiempos eran rigurosos: tras ocho horas de reflexión, análisis y desarrollo de ideas, leía por dos horas en un parque cerca de casa y luego llegaba el esparcimiento. Ahora, con la clausura del verano, Ji ha tenido que mudar de locación una y otra vez en busca de la luz. Aquel día el parque se había opacado y Ji, sin ánimo de regresar a su domicilio, se había visto obligada a terminar su jornada en la tienda de confianza. Compró una cerveza, estiró sus espigadas piernas y continuó la lectura. 

Una hora seguida las páginas del libro fueron iluminadas por el poste de luz de la calle: el libro continuó atrayendo, la concentración se mantuvo y las distracciones se ausentaron. Una hora y diez minutos más pudo leer Ji hasta la presentación de los cuatro niños. Tres de ellos se sentaron en dos de las sillas desocupadas y uno se ubicó a sus espaldas. Por supuesto Ji notó inmediatamente su presencia y les ofreció la mesa y la silla que ocupaba; poco importaba: su jornada había terminado. Puedo irme, les dijo en un alemán lento y torpe; los niños, también en alemán, respondieron rápido y en simultaneo siendo pocas las palabras captadas. Ji repitió la posibilidad de irse: tres sillas, sólo una persona; esas fueron sus palabras. Los niños rieron y disintieron; miraron sus zapatos y sus medias. Algo preguntó alguno, y Ji, nuevamente, ignoró las palabras; se molestó consigo misma por un instante: ¿cómo era posible que no entendiera aquellas frases tan simples después de dos años?. 

Ji preguntó: ¿Mis zapatos, mis medias, qué?. Los niños asintieron y se explicaron: querían desamarrar sus cordones. Ji negó con su cabeza y con su dedo, mostró su libro y dijo que estaba ocupada. ¿Qué lees?, preguntó uno de los niños. Un libro en español, de un escritor español, contestó Ji que se entusiasmó al poder responder correctamente en alemán. Los niños rieron y replicaron: ¡¿Español?! Yo sé español, dijo uno de ellos, el que aparentaba más edad, y continuó: Hola amiga, ¿cómo vas?, ¿cómo vas, amiga?. Ji respondió un bien en alemán, un bien seco y contundente; mostró su libro y dijo: Estoy ocupada. 

Los niños volvieron a reír y, uno de ellos, realizó una pregunta que Ji no logró entender; únicamente atrapó una de sus palabras: Hachís. El grupo se miró, las caras sonrieron y en coro lanzaron múltiples palabras a Ji, volviendo a reconocer, únicamente, unas cuantas: Hachís, hachís, hachís, cocaine (en inglés), hachís, cocaine. ¿Quieres, amiga? Amiga, cómo vas, hachís, hachís, amiga. El exceso turbó a Ji y respondió con risa, cubriéndose el pecho y tapándose la cara. En la oscuridad, sintió una extraña atracción lejana: se vio, quince años atrás, fumando sus primeros calillos de marihuana, mezclados con alcohol y contadas dosis de ácidos.

Tras la risa, Ji volvió: regresó a Berlín. Enserió su gesto, negó con su cabeza y volvió a abrir su libro. Los niños, provocándola, volvieron con el coro. Ji, harta, los retó: cerró su libro, lo dejó sobre la mesa y preguntó por el valor. Los niños se pasmaron, se miraron, lanzaron algunas frases rápidas y, el mayor del grupo, mostró, secretamente, una bolsa plástica con un producto desconocido para Ji. Ahora qué hago, pensó. Los niños, tras la muestra, gritaron y pisaron la oferta de valores: ¡Veinte, treinta, cuarenta, cincuenta!. Ji, sin saber qué hacer, agarró su bolsa y empezó a levantarse. En ese momento el tendero salió de su guarida y gritó a los niños.

Los cuatro se sorprendieron: se miraron unos a otros, sonrieron y salieron corriendo tirando la pequeña bolsa al suelo. El hombre observó su retirada y Ji, discretamente, recogió la mercancía. El tendero, tras un instante, volvió su mirada a su clienta y le dijo: ‘Les faltan verduras a esos niños’, disintió y repitió llevándose la mano a la boca: ‘Les faltan verduras a esos niños: comer verduras’. Ji sonrió, se levantó de la mesa y se dirigió a su apartamento. 

En su sala abrió el paquete e investigó la mercancía: ¿realmente era hachís, cuáles eran sus características y cómo se consumía?. Ji leyó e investigó; por lo visto, sí lo era. Sacó una cerveza de la nevera, la abrió y pensó qué hacer con su tesoro. Dio una vuelta por el apartamento, miró el cuarto desocupado de su compañera de piso, volvió a la sala, abrió su libreta, observó la hoja en blanco y la espantó la oscuridad. ¿Por qué no?, se dijo Ji. Armó un cigarrillo, lo mezcló con el hachís y lo prendió. 

Ji, ignorando el tiempo, la noche y el día, escribió:

Amarre

Juego de búsqueda y hallazgo.  

*Se requiere de consola*

Objetivo del juego.

Nos place saludarlo, querido participante. Sea bienvenido usted y lea con atención las siguientes instrucciones (de ser posible, enséñelas a toda persona interesada). Es este el objetivo del juego: recolectar cualquier cantidad de tesoros (cristalinos, plásticos o metálicos) esparcidos por la ciudad e intercambiarlos por su debida recompensa en los espacios autorizados. Amarre es un juego abierto, diverso e inclusivo: toda persona sin distinción de edad, sexo, género, raza, credo u origen puede participar y ganar sin requisito alguno —no se deje engañar—. 

Preparación

Cada uno de los jugadores debe contar, inicialmente, con al menos uno de sus ojos y alguna extremidad. Añada un poco de disposición y salud, y podrá recolectar los tesoros que desee. Recomendamos, a cada participante, disponer de los equipos necesarios para la apropiada recolección; acá van algunos equipamientos útiles: manos, bolsillos, bolsas plásticas o de tela, carritos de compras, morrales o maletas de viaje con ruedas, carros de mercado, automóviles e incluso camionetas. (Nota: la empresa no se hace responsable por los objetos robados por el participante en el desarrollo de la actividad). 

Se aconseja, principalmente, paciencia; recomendamos el manejo, o al menos el dominio, de algunas oraciones clave en un par de idiomas; si lo desea y cuenta con el recurso, aconsejamos el uso de unos buenos zapatos para transitar las incontables y fatigantes horas por la ciudad. Se sugiere, por último, determinación o vicio: la cualidad o el hábito pueden contribuir a la recolección de las valiosas gemas. (Nota: la empresa no se hace responsable por el inicio, la continuidad o la muerte producto de las adicciones. Es este un juego, en principio, didáctico). No se requiere otro participante para jugar; rogamos discreción y tolerancia: trate de evitar las discusiones, riñas, ataques con armas blancas o de fuego.

¡Juguemos!

Empieza el jugador que cuente con la disposición y el tiempo para la búsqueda de una de las gemas. El participante debe despertarse, levantarse de su cama, de la calle, de la banca o de su evolucionada tienda de campaña, llevarse un pan a la boca —si cuenta con él, de lo contrario recomendamos disponer de la caridad pública—, vestir alguna prenda, si la precisa, y emprender la búsqueda de los múltiples tesoros repartidos por la ciudad. Quizá, querido participante, en un inicio, sea poco lo que usted encuentre, pero ya verá cómo, con el tiempo, la práctica, el hambre, la sed, la ansiedad o la abstinencia, su ojo se acostumbra a las formas y los brillos variopintos de los tesoros. 

Acá van algunas recomendaciones para el entrenamiento de sus habilidades: recorra los parques, las vías de tránsito continuo, los restaurantes y los bares; en verano sugerimos el registro posterior de festivales y eventos públicos en las ciudades; a veces unas buenas gafas, un telescopio o una linterna puedan ser útiles para la labor; recomendamos, también, el tránsito y la visita de todo tipo de transportes públicos: observe con atención los pasillos de los vagones, bajo los asientos de los buses, los paraderos y las escaleras, pues quizá halle, entre la basura, algún tesoro oculto. (La empresa no se hace responsable por los pasajes no pagos o por la correspondiente multa cívica derivada de la falta). Participantes, sabemos que se ejercitarán diariamente en el transporte de las gemas pero nunca está de más, tras levantarse, realizar algunas flexiones de pecho y una que otra sentadilla para mantener la fuerza corporal. (Nunca olvide, querido jugador, que el gran peso de hoy será el pequeño pero valioso tesoro de mañana). 

Cada partida toma el tiempo que el jugador desee; sin embargo, recomendamos prudencia en el transporte de las gemas: trate de evitar esfuerzos innecesarios, querido participante. (En cada una de las consolas se recibirán las gemas mas la empresa no se hace responsable por el funcionamiento de las mismas: serán millones los competidores y es apenas regular que aquello pueda suceder). Por último: recomendamos a los participantes el ahorro de las recompensas para la compra o pago de elementos o servicios vitales; bien podría derrochar sus ganancias, pues suyas son, pero quizá el alimento, la habitación cómoda o el medicamento urgente, sea una buena forma de aprovechar su recompensa. Una nueva gema siempre lo espera. 

Gemas

Como bien se ha mencionado en la introducción son tres los tipos de tesoros recompensables. Acá un desglose: empecemos por las gemas cristalinas, tan numerosas en la ciudad. Son fáciles de hallar y cada pieza equivale a ocho puntos. Alcohólicas, gaseosas o meramente hidratantes son dejadas por los ciudadanos en las calles, parques o en las raíces de los árboles; las hallará con facilidad, muy pocas veces con contenido y algunas sin etiqueta (recuerde, querido participante que, si no se cuenta con la etiqueta, la gema no es útil ni recompensable). 

Sugerimos paciencia y olfato canino para divisar a los ciudadanos o a los turistas que las consumen, para preguntarles, en el momento justo en que las terminan, si son jugadores o simples observadores. Las segundas y terceras tienen el mismo valor: veinticinco puntos; son las plásticas y las metálicas. Debido a su gran valor serán más difíciles de hallar pero sugerimos, nuevamente, paciencia y dirección: ubíquese en espacios ciudadanos precisos para su hallazgo. Hemos mencionado los festivales de todo tipo pero acá va un consejo superior: diríjase a espacios turísticos pues allí habrá pocos competidores y muchos observadores. 

Fin de la partida

Diríjase con sus tesoros acumulados a la consola más cercana e ingrese uno tras otro en la ranura acondicionada. Tras la aceptación de la pieza el jugador podrá observar su puntuación en la pantalla de la consola. El conteo continúa hasta el suministro de las piezas acumuladas. Al acabar, por favor, oprima el botón de premio y agarre el recibo donde se expone su recompensa; puede canjear su premio, en nuestras tiendas autorizadas, por alguna de nuestras piezas o por algún elemento útil de supervivencia. 

Esto escribió Ji Sánchez después de dos días de trabajo continuo: tomó siestas breves, usó el baño en contadas ocasiones, comió pizza, tomó gaseosa, evitó la ducha y las distracciones. Tras dos días, Ji descansó; durmió más de doce horas y se levantó renovada. Tomó una ducha larga, vistió prendas abrigadas, revisó lo escrito, ajustó palabras, añadió los descargos de responsabilidad y se acostó. 

La semana siguiente, el juego fue presentado, y la junta destrozó el invento: lo consideró vulgar, bruto, pesado. Sus jefes, decepcionados por el desempeño, solicitaron la carta de renuncia; Ji, sin objeción alguna, la presentó ese mismo día. Con el dinero de la indemnización Ji viajó a Italia y a Grecia por diecisiete días. Al volver, se sintió ajena: la ciudad había perdido su magia, su brillo, su calidez. Conversó con su compañera de piso, con sus padres, con su hermana y conmigo. Sin saber qué decirle, la abracé y le dije que lo sentía. Quizá habría podido detenerla pero el otoño la habría consumido.

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