VUELVES Y TE VAS
Adiós al amigo que imaginó todas las películas
––––––––––––––––––––––––––––––
Vuelves y te vas. Y ahora sí, te despides. ¿Pero fue que nunca entendiste? Yo no quería ni tu adiós ni tu querer distante, quería que te quedaras, que estuvieras a mi lado un rato largo, para hacer todo lo que siempre quisiste hacer, para hacer todo lo que siempre soñaste. Pero vuelves y te vas. Y nada resolviste, ni conmigo ni con nadie, o tal vez sí, eso no lo sé, y qué importa, pues ese nadie es irrelevante. ¿Te habrás resuelto, a ti? Eso sí que vale. Me dijiste que te viste con tu madre, que te dio buen trato, que fue amable, que hablaron, y eso cuánto me alegró; cómo no. Pensé que era el inicio de un nuevo camino, la bifurcación del sendero, el enfrentarse a un nuevo abismo, y ahora vuelves y te vas. Ay, pero si ayer no más te vi: pleno, tranquilo, claro; como si tu última caída —o la detención precisa de la misma— hubiera sido cosa de todos los días. ¿Qué se te podía pedir, y quién lo iba a hacer además? Si tú nunca te dejaste de nadie, y siempre hiciste lo que querías.
¿Y ahora, dónde estás? Nadie tiene idea de tu rumbo: has lanzado líneas tuertas, has tirado anzuelos, te has despedido a medias, pero nadie en esta ciénaga sabe dónde estás; ahora sí que nadie: ni tus compadres, ni tus mujeres, ni el mismísimo Dios sabe dónde estas, y yo buscándote. Sé que vas armado, de valor y hierro, eso me lo contaron. Que se calmen en el pueblo, a nadie vas a darle muerte, pues sólo contigo tienes cuentas pendientes. Allá vas con tu revólver, a jugar al tiro, frente al mar, que te dio tanta paz. Ahí vas; cierro los ojos y ahí vas: con tu media de ron o tu litro de cerveza, saludando a las peladas, a los hombres en sus casetas y al mendigo que te pide una moneda; cierro los ojos y ahí vas: lanzando frases pícaras a los maleantes, inventando historias, descubriendo personajes, deteniéndote a contarme uno de tus planes; cierro los ojos y ahí vas: escupes en la arena, miras al cielo y luego al suelo, sonríes y ríes, y empiezas otra historia. Cierro los ojos y ahí vas, otra vez ahí vas, preparado para lo que has venido a hacer y llevas más de diez años planeando.
Pero hoy, ¿dónde estás? Quizá caminas rápido, mueves la boca, chupas el cigarro, y tu mirada oculta entre las gafas y el sombrero, mira al fondo, a tu propio fondo: observas un final llano donde vas a enfrentarte, por fin, contigo mismo. A ver de qué estas hecho, a ver si a fuego se mata el veneno. Un veneno que todos llevamos dentro, porque ¿cuántas veces no te dije que hablaras con Tomasa, para que te aliviara? Pero tú que no y que no, que hay males que se llevan en el cuerpo y el alma, como huellas de la palma. ¿Solo, amigo mío, solo te has ido? De haberlo sabido, me habría ido contigo: durante el disparo, te habría agarrado fuerte la mano, te habría mirado a los ojos y habría sostenido las lágrimas para luego cubrirte la cara. Acaso, antes, habríamos echado unos tiros, habríamos jugado con el arma; algo diferente, también, podríamos haber comido: un plato impensable, exótico, sofisticado; quizá lo hubiéramos robado, para comerlo con tus putas y tus travestis en alguna plaza de Getsemaní. Lo que tú hubieras querido habríamos hecho, y juro hoy que sí: no te habría llenado de interrogantes, y habría hallado gallardía en mi espíritu cobarde. ¿Pero solo? Tú que siempre tuviste con quién hablar —tú que siempre tuviste de qué hablar—, tú que siempre estuviste para escuchar, vuelves y te vas.
¿Te fuiste, realmente lo hiciste? A veces pienso que esto es una nueva treta, un nuevo engaño, una nueva broma, una nueva trampa en la que les muestras a todos tus compadres que son unos corderos sentimentales. Y eso sí puedo imaginarlo: puedo ver tu cara detrás de una pantalla, detrás de una cámara, riendo, avergonzado, muerto de la dicha, cubriéndote la boca, aplaudiendo tras las lágrimas, insultándolos con cariño tras salir por la puerta que has decidido crear en todo este circo, en este espectáculo que ha sido la vida misma. Y te has vestido para la ocasión, llevas una camisa blanca, un pantalón y un sombrero, y mientras todos le piden a Dios explicaciones, tú maldices y despides un: ¡No sean tan maricas! ¿Cómo me voy a morir sin tomarme el último trago, cómo me voy a morir sin dar y recibir amor en una cama, cómo me voy a morir sin ustedes, mis amores? Ni alto ni bajo voy a volar, porque el mundo entero me lo voy a tragar.